miércoles, 19 de marzo de 2008

Cómo hablar en público

Di Bartolo, Ignacio. Cómo hablar en público. Manual de oratoria contemporánea. Corregidor. Buenos Aires.
1998

Capítulo 1. Miedo Oratorio
Nuestro sistema nervioso está preparado pare enfrentar situaciones difíciles, de una manera siempre igual, estereotipada y comparable, tanto sea en una circunstancia de peligro físico, como de stress emocional importante.
El factor de mayor valor, responsable de todas las reacciones, es una rápida descarga de adrenalina que liberan las glándulas suprarrenales, y que como primera manifestación física, acelera el pulso, eleva la presión arterial y libera glucosa proporcionando una fuente de energía adicional de la que en el acto pueda disponerse. Esta reacción es normal y necesaria. Si no la tuviéramos frente a una emergencia tendríamos una marcada inferioridad de condiciones físicas...

El cuerpo no entiende la diferencia entre exigencias intelectuales, emocionales y físicas. Cada vez que el cerebro transmite una exigencia, se produce una descarga de adrenalina que prepara a todo el organismo pare la emergencia. Alerta es la palabra. Cada sistema, cada órgano, cada célula, está dispuesta a rendir el máximo de su potencial.
Los psicoanalistas distinguen clararmente el miedo de la angustia. El primero consiste en una reacción normal frente a un peligro que realmente existe, mientras que la angustia se refiere al miedo sin objeto real. Es absolutamente necesario conocer nuestras sensaciones para poder comprenderlas y dominarlas. No nos equivoquemos, eso que sentimos al enfrentar un auditorio es miedo. No es angustia. Es sólo el miedo natural normal que debemos sentir frente a una situación de stress emocional. Es el miedo saludable de asumir un compromiso en el que se juegan muchas cosas: nuestro prestigio y la responsabilidad de quien nos ha invitado.
Es miedo respetuoso del auditorio que nos escucha. Es miedo digno de una empresa que se nos ha confiado, y que merece este alerta que nos impone nuestro cuerpo.

“No se preocupe; tenga miedo”.

Este título de un artículo de Gabriel García Márquez, nos viene justo para el concepto que queremos afirmar en estas páginas.
El miedo profesional es el que padece toda persona en el momento que afronta la realidad de su profesión.
Es normal que le tiemble la mano al cirujano cuando comienza una operación difícil; es normal que se crispen los puños de un piloto apretando el volante a la hora de la largada; es normal que le flaqueen las piernas al boxeador cuando suena la campana; es normal y saludable que nuestro pulso se acelere y nuestra boca se seque cuando afrontamos el compromiso de hablar en público responsablemente. Seguro que a medida que se concentren en lo suyo se afirman las manos del cirujano y del piloto, las piernas del boxeador y se serene el pulso del orador ni bien note que lo escuchan con atención, que lo que dice tiene sentido, que está volcando sin contratiempos lo que preparó con esmero y dedicación para ese día.
Lo que ocurrió no fue otra cosa que la vibración natural del arco cuando se tensa con fuerza antes de partir la flecha. Después se ablanda, serenamente se cumple su destino.


1. ORADOR

A. PERSONALIDAD ("Usted es usted")
1. El factor más importante de una conferencia es el orador
2. Nunca se excuse
3. Cuidado con la gracia
4. La mirada, complemento indispensable
5. Poner en juego el silencio

A. PERSONALIDAD ("Usted es Usted")
La psicología afirma la premisa de que la personalidad contribuye más que la inteligencia al éxito y a la felicidad en la vida.
Para hablar bien en público afirma Ander Egg son necesarias dos condiciones básicas:
a) tener una personalidad bien definida: la propia identidad personal es la exigencia fundamental para la comunicación de un mensaje;
b) estar preparado en el tema que quiere trasmitirse.

La tarea de hacernos creadores implica necesariamente afianzarnos en nuestro estilo personal, fortalecerlo y mejorarlo. Pero no cambiarlo. En oratoria, la imitación es suicidio.
Creemos que la capacidad de hablar en público es una equilibrada combinación entre lo innato y lo adquirido. No se puede negar que ciertas cualidades o dones naturales facilitan la tarea de quien se propone aprender a hablar en público; pero no es menos cierto que esas cualidades pueden cultivarse con esfuerzo y dedicación. La historia y nuestra vida moderna constituyen elocuentes ejemplos de esta realidad que ya no se cuestiona. Cualquiera sea la condición natural que se tenga, es posible aprender a hablar en público. Basta proponérselo con seriedad, y dedicarle tiempo y preocupación. Tiene plena vigencia el pensamiento que el romano Quintiliano dejó definitivamente establecido en una frase inmortal: "El orador se hace, el poeta nace".

Alguna vez leí esta frase de Paul Meyer y la copié, sin pensar que podría reproducirla hoy a propósito de nuestro tema:

"Todo lo que vívidamente imaginemos, ardientemente deseemos, sinceramente creamos y entusiastamente emprendamos... inevitablemente sucederá".

Y comencemos ya. Tomemos notas. Subrayemos. Destruyamos este manual sin vacilar, si nos sirve para nuestro propósito. Simplifiquemos. Premisas prácticas, sencillas, como ésta:

El factor más importante de una conferencia es el orador.
Antes de hablar debe hacerse una cuidadosa inspección, y resolver cuál es el mejor lugar desde donde hacerlo. La luz debe darnos sobre la cara. El público quiere ver bien al orador. y si es posible de cuerpo entero. Las minúsculas alteraciones de nuestro rostro, son una parte muy importante del proceso de la expresión. Sin lugar a dudas la parte visible de un mensaje es, por lo menos, tan importante como la audible. La comunicación no verbal es más que un simple sistema de señales emocionales, y no puede separarse de la comunicación verbal. Ambas están estrechamente vinculadas entre sí. La vista y el oído están integrados en el mensaje que quiere transmitirse. Y quien lo recibe, conciente o inconscientemente, integra las sensaciones y las interpreta mediante lo que se ha dado en llamar un "sexto sentido".
El orador tiene que ser el centro de atención. Es muy frecuente ver que el temor al auditorio nos lleve en principio a pretender escondemos detrás de una mesa, un atril, una lámpara. ¿Se dan cuenta ahora de todo lo que está perdiéndose? No menos que la mitad de nula posibilidad de trasmitir nuestro mensaje. Albert Mehrabian, un estudioso de la comunicación no verbal, llega a la siguiente conclusión: "E1 impacto total de un mensaje es verbal en un 7%, 38% vocal (tono, matices, y otros sonidos) y 55% es no verbal. No sólo debemos estar a la luz, de pie y sin nada que nos oculte, sino que en lo posible la atención del público no debe compartirla nada ni nadie. Tratemos de estar solos frente al auditorio. La suerte ya está echada. Porque quise, porque me lo propuse, acepté el desafío. Ahora no me oculto. Francamente me juego. El público así lo entiende. Y comienza por algo que es un punto a favor muy importante: nos respeta.

Nunca se excuse
Ese respeto que comenzamos ganando, se pierde ante la primer palabra de excusa por parte del orador. Prohibido excusarse. Quizá debería decir mejor, prohibido tener motivos para excusarse. Si yo, como Ud., que estamos tan ocupados, hemos arreglado nuestros compromisos, hemos pospuesto quizá interesantes programas para venir a escuchar esta conferencia, no estamos dispuestos a disculpar a un orador que presenta sus excusas por lo que fuere. Si aceptó su compromiso, no tiene perdón que no haya sabido asumirlo.
Uno de los médicos de mi Servicio se excusó una vez frente al calificado público de un curso de post‑grado diciendo:

"... lo siento mucho, el libro más importante sobre este tema me llegó tarde. No tuve tiempo de preparar diapositivas, ni de armar una conferencia más prolija...".

Esto es lisa y llanamente una falta de respeto por el público y su tiempo. E1 orador ya perdió. Quiero irme. Ya no me interesa lo que nos diga.
Muy distinto es si algo le pasa en el curso de una conferencia bien planeada, concientemente preparada. Si se equivoca o se olvida, no intente disimularlo u ocultarlo. Allí sí puede excusarse sin temor. Puede consultar sus notas sin pudor. El público es humano e inteligente. Seguro lo comprende, se identifica con Ud. y lo apoya con cariño.

Cuidado con la gracia.
Aquí no voy a decir nada que Ud. no sepa. Es más, de ese tema nadie sabe nada de lo que Ud. sabe. Ud. sabe si es capaz de hacer reír, si sus anécdotas resultan divertidas, si sus chistes son graciosos. Pregúnteselo ahora y conteste con honestidad. Si la respuesta es afirmativa, tiene ya una gran ventaja en el tema que nos ocupa. Su gracia natural puede ayudarlo mucho en su tarea de convertirse en orador.
Algunos de los textos de oratoria consultados, especialmente los de origen norteamericano, admiten como dogma que hay que iniciar una conferencia de cualquier tipo que sea con algo de humor que alivie la tensión inicial del orador y del auditorio. Es cierto, puede ser valioso, resultar simpático. Pero ¡cuidado! Tome conciencia de sus limitaciones. Pronunciar una frase cómica, contar una anécdota, introducir un comentario ingenuo en un tema serio, son situaciones muy arriesgadas para un orador que no sea gracioso por naturaleza.
Y ser gracioso es un don. Se tiene o no se tiene. Y en consecuencia se usa o no se usa. No es un ingrediente necesario en una conferencia o un discurso. Es sólo un instrumento para aquellos que saben emplearlo. Quizá el ejemplo más claro de elocuencia didáctica, con la aplicación de su excelente humor y con el resultado más eficaz, lo haya encontrado en la práctica, en las conferencias del Dr. Carlos Bruguera. Sus clases de diagnóstico por imágenes difícilmente puedan olvidarse. Su mejor auxiliar es su gracia natural. Tanto mal haría Bruguera si no la usara, como aquel que pretendiera usarla cuando nunca la tuvo.
Y un último consejo. Es quizá al frente de una tribuna cuando más importa mantener el buen gusto y evitar alusiones políticas o religiosas. Si una historia está en el límite, debe rechazarse.

La mirada, complemento indispensable
El comportamiento ocular es quizá la forma más sutil del lenguaje corporal. Se trata de un idioma mudo que posee sus propias reglas gramaticales, innatas y adquiridas; un código descifrable incluso por los niños antes de tener la posibilidad de hablar. Los pediatras bien sabemos de la importancia que tiene la mirada de una madre a su hijo prematuro en la incubadora, de una madre a su niño durante la lactancia. Allí se juega mucho más que un momento, de ese encuentro tan íntimo en la relación madre‑hijo depende muchas veces la salud física y el equilibrio emocional futuro de un hombre.
Desde nuestra primera infancia aprendemos inconscientemente a emitir y recibir mensajes con la vista. A través de los ojos, el individuo puede transmitir actitudes y sentimientos. Su mirada forma parte del vocabulario expresivo por medio del cual revela su propia personalidad y su vida interior.
En el reino animal, el dominante disfruta de más espacio visual. Cada vez que dos animales cruzan la mirada y uno la desvía, confirman el lugar que a ambos le corresponde en la jerarquía de dominio.
La mayor parte de los animales amenaza a sus enemigos cor los ojos. Por esta misma razón el apareamiento lo realizan con lo ojos cerrados, en una clara manifestación de que voluntariamente "bajan la guardia".
En los seres humanos pasa algo similar. E] ejecutivo se considerará con derecho a mirar abiertamente a su secretaria, y esta al cadete. La persona arrogante y orgullosa mira a los demás de arriba hacia abajo. El inseguro, el humilde, el "acomplejado" mira tímidamente de abajo hacia arriba. El desinterés se demuestra con una mirada vaga e intranquila, lanzando breves vistazos furtivos de un lado a otro, denotando aburrimiento o falta de concentración. En la relación social es bien sabido la poca confianza que inspira la persona que no mira a los ojos. La mirada huidiza y evasiva es sinónimo de mentira e inseguridad.
Una mirada franca y directa, por el contrario, es la señal más clara para expresar que se ha establecido contacto con el interlocutor, y que complace el encuentro.
Para el que habla en público es imprescindible que la mirada juegue el mismo papel que en la vida social.
Cuando formamos parte de un auditorio nos sentimos ofendidos y casi insultados cuando el orador no levanta los ojos de sus papeles, o mire obstinadamente las cosas, e! techo, el pizarrón, etc., en lugar del auditorio.
Hay que mirar al público sin cesar. Mirarlo a los ojos, con sencillez y normalidad, cambiando de interlocutor, nunca en forma demasiado fija, atemorizada o poco natural. Mirarlo como a un amigo. El auditorio no habla, pero en sus ojos anida toda una conversación. Es necesario aprender a escucharlo.
La observación visual de nuestro auditorio es un feed‑back, un continuo vaivén. Ives Furet ("Saber hablar, en cualquier circunstancia") establece sobre ese tema una acertada comparación con la conducción de un automóvil:
"La mirada juega en la expresión oral, el mismo papel que para el conductor de un automóvil. Ella es quien posibilita que nos demos cuenta cuando hay que acelerar o frenar, la que nos impone las señales y por su intermedio sabemos si estamos o no en la ruta acertada, que nos conduce al fin que buscamos."

Poner en juego el silencio
Primer silencio: el del comienzo.
Nunca debemos comenzar enseguida que se nos da la palabra. Esta quizá es la premisa que distingue de inmediato a un principiante de un orador experimentado. Si hay algún ruido o movimiento, espere que cese. La sala en silencio total. Observe a su público durante unos diez segundos. Mírelo a los ojos con actitud amable. Comience a hablar en voz baja.
En el curso de una conferencia es por e! silencio y en el silencio, el momento que el orador es más expresivo. El virtuoso del violín Isaac Stem, respondió a una pregunta sobre por que si todos los músicos profesionales sabían ejecutar las notas correctas en el orden correcto, no todos eran brillantes, diciendo: "Lo importante no son las notas, sino los intervalos que hay entre ellas."
Los mejores oradores, como los mejores músicos, son los que conocen el valor de! silencio.


B. ESTILO
1. Verdad
2. Claridad
3. Vitalidad
4. Estilo

B. ESTILO
El vocablo estilo viene del latín stilus y del griego stylos, punzón para escribir en tablas enceradas. Excelente traducción a la actual acepción de la palabra. Cada persona que escribe tiene su propio estilo (punzón) pare poder hacerlo. Como las impresiones digitales, nadie escribiría o hablaría sobre un tema de una manera idéntica a otro individuo. Su personal estilo es el fruto de la idiosincrasia, el estudio, las vivencias, los triunfos y los fracasos de toda una vida.
Es clásica, sin embargo, una primera división del estilo oratorio, en cuanto a la cantidad de palabras y extensión de los pensamientos, y en cuanto al adorno. La primera viene de los atenienses: mensaje claro, conciso, breve. Estilo ático. Los pueblos del Asia empleaban muchas ideas, sinónimos, imágenes, frases ampulosas. Estilo asiático. Los habitantes de Rodas utilizaban un estilo intermedio, ni tan conciso, ni tan florido. Estilo rodio.
Sin duda la oratoria ática es la que mejor se adapta a las características más buscadas en la oratoria moderna.
La palabra hablada por naturaleza esta sujeta a condiciones distintas que la palabra escrita. No se habla como se escribe. Por esta razón el discurso escrito pare ser leído, debe componerse de acuerdo a las características del estilo hablado.
El estilo oratorio tiene su propias leyes, que no son las mismas de la lengua escrita. La lengua oral permite, más aún, necesita suspensos, repeticiones, silencios, etc., que son desaconsejables en la composición escrita.
Quienquiera que haya tenido que corregir la versión taquigráfica o grabada de una conferencia propia, comprenderá lo difícil que resulta adaptarlo a la lectura, y hasta es muy probable que le cueste reconocer en esa versión su propio estilo escrito.
Tomamos de Carlos Loprete las cualidades que consideramos esenciales en el estilo de la oratoria moderna y que resumimos en: verdad, claridad, belleza y vitalidad.

Verdad
La verdad en oratoria debe estar firmemente impresa en los principios de quien comienza con esta nueva inquietud.
Verdad por principios, seguro, ante todo. Pero verdad también como técnica oratoria. O lo que es lo mismo, no debe ni puede engañarse al auditorio. E1 orador no es un artista que por su trabajo debe interpretar la pena, la ira, la fe o el entusiasmo. El orador es un hombre que transmite con mayor o menor habilidad su pensamiento, pero siempre, en todos los casos, debe hacerlo con absoluta sinceridad.
Por eso no debe ni puede fingir que sabe si no sabe; que tiene entusiasmo o interés, si no lo tiene; que existe acuerdo entre lo que piensa y lo que dice, si ésta no es la estricta verdad.
Un estilo que no sea verdadero no tiene ninguna probabilidad de imponerse, porque no brota del alma, porque no tiene el fuego de la convicción, porque no tiene la fuerza interior ni el vigor de lo auténtico. Lincoln aclaraba este concepto cuando le hablaba a los políticos que lo acompañaban en su gestión, diciéndoles: "Se puede engañar a todos algún tiempo. Se puede engañar a algunos todo el tiempo. Pero no se puede engañar a todos todo el tiempo".
Debemos hablar como nos es natural, con nuestro propio estilo, y emplear los recursos y técnicas aprendidas a medida que ellos vayan incorporándose a nuestro convencimiento de que son de valor para apoyar, fortalecer o mejorar la manera de transmitir nuestra verdad.
Nadie puede dar lo que no tiene. Si sé, transmito seguridad. Si soy sincero, transmito confianza. Si tengo entusiasmo, transmito interés. Si tengo algo que decir, seguro soy elocuente.

Claridad
La verdadera elocuencia debe ser clara, nítida y en ella importa el pensamiento, mucho más que las palabras.
La claridad en la expresión, implica una equivalente claridad de pensamiento.
No tenga miedo de ser sencillo. Es de buena técnica tratar de transmitir nuestras ideas con las formas mas sencillas de expresión, evitando las figuras rebuscadas, las frases floridas, las palabras difíciles.
Atención que no decimos pensar simple, sino expresar con simplicidad aún el pensamiento más profundo.
Somos naturales y simples, cuando expresamos ideas sin denunciar un penoso trabajo de elaboración y hablamos sin afectación.

"El estilo natural nos admira y encanta ha dicho Pascal— porque esperamos encontrar un autor, y nos sale al paso un hombre.

Es mejor bajar la mirada para ser entendido, que subirla para ser admirado.

Belleza
Compartimos con Loprete el criterio que toda conferencia puede ser bella. Aún la más especializada, de alto vuelo científico Una conferencia es bella cuando está bien organizada, es sobria demostrativa, clara y si es posible, algo elegante.
La belleza en materia oratoria suele ser mal interpretada. No hablamos de grandilocuencia ni espectáculo, sino por el contrario de mesura y sobriedad. Pero tampoco la mesura debe intepretarse como seca inexpresividad.
La belleza está en la difícil meta de un ajustado equilibrio, en el que tienen positivo valor lo que uno tiene para decir y la forma en que lo transmite. Lo primero será estrictamente suyo. Para lo segundo podemos ayudarlo a través de la experiencia de muchos, que tratamos de sintetizar en estas páginas.
Pero ese ajustado equilibrio que le da belleza a nuestra palabra, no puede improvisarse ni estudiarse. Va mucho más allá de nuestra inquietud por la oratoria. Esta en e] fundamento filosófico de nuestra propia vida. ¿Cómo puede lograrse una mirada equilibrada, un movimiento armónico, una voz serena, una sonrisa de paz interior? Se nos va la vida en esa empresa.
Así el hombre extiende a su propia vida la exigencia de sinceridad, claridad, equilibrio y vigor propios de la elocuencia ética.
Cada uno habla como vive, y vive como habla.

Vitalidad
Vitalidad, actividad, entusiasmo.
Premisas que deberían estar impresas en el orador desde sus primeras palabras.
Debemos entender que si frente a nosotros alguien va a enfocar un tema determinado, es porque el tema lo domina a la perfección, y siente por el auténtico entusiasmo. Y si esto es cierto, ya está, ya ganó. Su conferencia será un éxito para él y para su complacido auditorio.
El orador realiza una tarea incompleta cuando sus palabras carecen de vida. Y qué es la vida sino la suma de emociones contradictorias muchas veces: alegría, tristeza, amor, ira, generosidad, entusiasmo. Hablamos ya lo hemos dicho con todo nuestro cuerpo. A veces una mirada, un gesto, un movimiento de las manos dicen más que la palabra. Cicerón llamaba a esto la elocuencia del cuerpo.
Para mí es fácil escribir sobre esto, porque lo creo firmemente. Y lo creo con toda la fuerza que da una experiencia de muchos años. Ocurre que desde hace casi veinte años nos reunimos un grupo de amigos en una peña, con todos sus estatutos y leyes, que llamamos "E1 Sótano", porque en sus comienzos las reuniones se hacían con un asado en el sótano de mi consultorio. Pero todo esto viene a que una vez por mes tenemos un invitado que hable durante 30 minutos de un tema de su interés, que el mismo fija. Pocos de ellos tenían previa experiencia oratoria, pero todos han sido brillantes: autopistas, si o no en la Ciudad de Buenos Aires, por un experto internacional en el tema, tan debatido en su momento; el fuego y cómo combatirlo, por un fabricante de matafuegos, que encendió y apagó los distintos tipos de fuego en una demostración difícil de olvidar, la discusión del Beagle, por un enfervorizado patriota, amante de la historia y de la geografía; la práctica de tiro, por un entusiasmo que lleva todas sus armas, y nos enseñó a disparar con balas de fogueo; y muchos otros que han hecho interesantísimas esas reuniones de amigos.
¿Por qué hablaban todos tan bien? Só1o porque el tema era su hobby, su trabajo o e interés especial de su vida.
La palabra hablada debe tener vitalidad, fuerza, calor. Para cada uno de nosotros habrá temas que en oratoria seguro nos conducen al éxito; nuestra verdadera inquietud, nuestro entusiasmo y manifiesto.
Quizá con todos estos elementos de juicio, con la fundamentación hecha del estilo oratorio, ya no nos queden dudas que se habla de la misma forma que se escribe. Todo lo dicho hasta ahora es válido, cualquiera sea nuestra intención al dirigimos público. Son premisas que no se discuten, que tienen vigencia valor en toda circunstancia. Pero son solo la base, los pilares estilo oratorio.
Cabe la posibilidad de tener que hablar en público en distintas actividades de la vida moderna. Como docente, político o miembro de una comunidad social es muy frecuente que debamos afrontar el compromiso. En cada circunstancia es preciso tener claro que existen diferencias notables que deben ser tenidas en cuenta adecuando nuestra actuación a las circunstancias.
Como docente la manera habitual en nuestro medio de dirigirse al público es la conferencia. La conferencia es por lo general una sola, consta de una sola exposición, y por lo tanto el público es desconocido . En mi actividad docente universitaria de pre y post grado, ha sido ésta prácticamente la forma habitual de trabajo.
A esta forma tradicional se añaden otras que, en los tiempos actuales, han cobrado mucho auge: el coloquio, el grupo de discusión, la mesa redonda, el simposio, el foro y el debate, son modernas técnicas de enseñanza que consisten en la utilización del diálogo entre un grupo reducido de personas, con un intercambio activo entre todos sus participantes. Dedicaremos un capítulo especial para precisar las características peculiares de cada modalidad de docencia.
La oratoria de un político líder tiene mucho de don natural y muy poco de perfeccionamiento adquirido. Desarrollaremos más este punto en el capítulo correspondiente a adecuación al auditorio. Pero no en todos los casos un político debe ser necesariamente un líder. Lo habitual es que en los partidos políticos se necesiten hombres capaces de dirigirse al auditorio con fines doctrinarios, o con fines de actuar en debates partidarios o en compromisos públicos, ta1 como ocurre en la actividad parlamentaria. En estos casos valen todas las premisas desarrolladas y a desarrollar en el presente trabajo.
El orador social es el hombre que asume con responsabilidad el compromiso que le impone con frecuencia la vida en comunidad, festejos, inauguraciones, aniversarios, despedidas, etc. Son discursos de ocasión, que deben respetarse con el mismo cuidado con que se respeta la ocasión en sí misma.
Contrariamente a lo que puede suponerse, implica no sólo hechos alegres, sino también solemnes y en algunos casos tristes, como los actos recordatorios y las oraciones fúnebres.
En la gran mayoría de los casos, el orador social conoce previamente su responsabilidad, y puede y debe prepararse pare la ocasión. Siempre que sea posible, es necesario tener bien claro lo que piensa decirse. Eso es respeto por el acontecimiento y por el auditorio. Pero no es menos cierto que en algunas circunstancias no hay más remedio que improvisar. No había manera de suponer con anticipación que seríamos señalados para hablar en ese acto.


C. TECNICA DE IMPROVISACIÓN
1. Elija como idea central esa que usted siente.
2. Hable de una experiencia de su vida.
3. Busque las ideas accesorias en el auditorio mismo, la ocasión y el orador anterior.

C. TÉCNICA DE IMPROVISACIÓN
La improvisación en sí tiene características que le son propias, y su estilo reconoce prolongados esfuerzos de formación, práctica y tenacidad. A la palabra espontánea, deshilvanada, sin una idea central, llaman improvisación sóIo quienes no saben nada de oratoria.
No basta ponerse de pie y llenar los minutos con frases sin sentido, o con deshilvanados lugares comunes: "aunque esto me toma por sorpresa..."; "No estoy preparado..."; "No pensé que sería yo el encargado de hablar...". Esto último tampoco es demasiado cierto. En la mayoría de los casos, la persona señalada tiene sobrados motivos pare sospechar que va a ser la indicada para hablar, y en este caso debió haber pensado lo que va a decir. Pero puede ocurrir – y ocurre a veces—que el orador es tomado desprevenido.
Y en este caso, ¿que hacer?, ¿cómo me organizo?, ¿de qué manera afronto el compromiso?
Siéntase Ud. mismo señalado. Alguien con la mejor intención de distinguirlo, lo Ilama por su nombre. Se le pide que hable en la ocasión. Una rápida descarga de adrenalina lo pone alerta. Debe afrontar la emergencia. Trate de mantenerse sereno. No se apure. Nunca se excuse. Use el silencio inicial buscando la idea madre sobre la que quiere fundamentar sus palabras. La idea puede ser amistad, amor, felicidad, evocación, libertad o cualquier otra en general abstracta y significativa para la ocasión. Ya está, esa es la idea central. A su alrededor tres o más ideas distribuías en la introducción o en la conclusión, harán del discurso improvisado una estructura coherente, en la cual se dijo algo que uno siente. Y ya lo hemos dicho, si uno siente que tiene algo que decir, seguro que es elocuente.

Elija como idea central, eso que usted siente
Ahora es fácil. Faltan los ingredientes que le darán forma a su idea. Esos largos minutos nos serán pocos si procedemos con calma.
Comenzaremos nuestra improvisación de modo humilde, recordando todas nuestras premisas estudiadas. De pie, bien a la vista del público, usando el silencio inicial para serenarnos y organizarnos. Con la idea central en nuestra mente, sigamos un consejo de Dale Carnegie:

Hable de una experiencia de su vida
De ese modo se verá libre de pensar su próxima frase, ya que las experiencias se relatan con facilidad. Superará de este modo también el natural nerviosismo inicial, y atraerá la atención del auditorio, siempre receptivo frente a un relato vívido y real. La comunicación, de esta forma, estará establecida. Su público lo escucha con atención, y ese será su mejor estímulo pare dar a sus palabras ánimo y vigor.
Después del relato vivido, o en vez de él si no viene al caso, o no encuentra en su rápida revista algo que pueda vincularse con la idea central, lo mejor que puede hacerse es tratar de relacionar sus palabras lo mas estrechamente posible con la gente que asiste a la reunión. Es natural que el auditorio se interese por sí mismo y por el motivo que los reúne. Sobre esta base proponemos tres fuentes de inspiración, tres ideas accesorias que acompañarán a nuestra idea central, dándole sentido y unidad a nuestras palabras. Hable de su auditorio, sobre lo que son, sobre lo que hacen. Si cabe, personalice y señale algunos de los que lo componen, ejemplificando sus palabras. También puede referirse a la ocasión por la que están reunidos. Si es una despedida, un aniversario, un homenaje, jerarquice el acontecimiento. Sume su emoción al motivo que los une, haciéndolo importante y común con su auditorio. Si hubo un orador anterior, refiérase a sus palabras. Demuestre el agrado de haberlo escuchado con atención, recalcando los conceptos principales de su idea central.

Busque las ideas accesorias en el auditorio mismo, la ocasión y el orador anterior
Cumpliendo estos tres postulados, adaptará sus palabras a la ocasión, como un guante a la mano. Sus palabras son para este auditorio, para él, su respeto y preocupación. Por él su emoción, que no debe pretender ocultarse. No puede fracasar. El que habla es un hombre honesto, emotivo, sincero.
En el año 1986 dicté un curso de oratoria en el Colegio de Abogados del Departamento Judicial de San Isidro. Cuando llegamos al tema Improvisación describí la técnica como acabo de hacerlo y solicité un voluntario para ponerlo en práctica. Los abogados presentes con rapidez invirtieron los términos, y me pidieron que yo mismo la pusiera en práctica. Acepto, les dije—elijan el tema y denme quince segundos para organizarme. Hable del divorcio, dijo uno de los presentes.
Mi mente se puso rápidamente en funcionamiento. El stress favorecía el alerta de mis neuronas. Tengo que buscar la idea central con que relacionar divorcio. Allí está: amor. El divorcio no es más que el capítulo final de algo que alguna vez fue amor.
En la descripción de la técnica dije que una vez que tenemos la idea central, conviene comenzar nuestra improvisación, hablando de una experiencia en nuestra vida.
Mi experiencia en el tema es mucha y penosa. Mi juicio de divorcio duró cinco años. Cinco terribles años en los que se pusieron en juego valores mucho más importantes que los patrimoniales. La familia, los amigos, los recuerdos. .. Uno a uno fueron desfilando por esos pasillos inhóspitos, por esos despachos fríos. Uno a uno fueron escuchados por esos empleados y dactilógrafas distantes e insensibles a todo lo que con tanto pudor, con tanta pena, con tanto esfuerzo relataban los testigos. La rutina, mil veces repetida, había transformado en fríos autómatas eficientes a los que tomaban nuestras declaraciones.
Cuando llegó el momento del alegato final, y contra la opinión de mi abogado y muy querido amigo, yo mismo quise escribirlo. Me pareció que nadie podía describir mi frustración, el desengaño, la desesperación. Quién sino yo podía decirle al juez cuántas ilusiones había sepultado, cuántas esperanzas habían sido defraudadas, de qué modo nuestra vida carecía de sentido de continuar juntos. En el alegato hablé con todo respeto del amor. Del amor al margen de los papeles y las obligaciones. Del amor que no hay quien lo encierre, lo limite o lo imponga por decreto. Del amor a los hijos, que no sólo pertenecen a su madre.
No sé cuántas cosas más aparecían en mi mente mientras improvisaba esa noche en el Colegio de Abogados. SóIo sé que volví a vivir mi experiencia. Que sentí profundamente cada una de las ideas que expresaba. Que mi voz tembló por una auténtica e íntima emoción.
Terminé exhortando a los abogados allí presentes a olvidarse de los "casos", a no pensar en "los expedientes", sino a descubrir en esos fríos papeles al individuo que palpita en su interior, que necesita que lo escuchen, que merece todo el respeto de un ser humano en crisis que está implorando comprensión y justicia.
Los minutos fueron cortos. Casi sin darme cuenta había cumplido con todos los postulados de una correcta improvisación. Comprendí al finalizar que en el silencio de la sala, los presentes compartían mi emoción.


D. DICCIÓN
1. Abra la boca, proyecte la voz.
2. Los errores groseros de dicción, perturban la atención.
3. No disimule su acento extranjero.
4. Acepte su “handicap”y adelante.

D. DICCIÓN
Quizá si nuestra intención fuera dedicamos al teatro, este capítulo tendría una importancia primordial. Es bien sabido que en las escuelas de actores la preocupación mayor de los profesores de los alumnos es tratar de conseguir una buena articulación. Este preciosismo en la articulación es la base fundamental por la que el actor llega a todo su público, hasta las últimas filas del salón, sin necesidad de gritar en el escenario. Para ellos, vale.
En lo nuestro, si bien es importante, hay sólo algunos puntos de la dicción que conviene recalcar. La articulación demasiada cuidadosa de un actor, puede resultar chocante desde una tribuna o en un salón de conferencias. Entre el exceso y e! defecto hay que encontrar un justo medio no siempre fácil de lograr.
En general, en nuestros cursos, si la falla en más o en menos no es muy importante, tratamos de respetar las diferencias individuales, que finalmente ayuda a configurar la propia identidad, tan importante en un orador. Pero en repetidas ocasiones hemos escuchado conferencias cuyo mayor motivo de fracaso ha sido la falla en la dicción. Recuerdo en este instante la sorpresa que tuvimos al invitar y participar en uno de nuestros cursos de post‑grado, al neonató1ogo mas brillante de la actualidad. Este hombre genial, a quien se deben los adelantos asistenciales más importantes en su especialidad, tenía una dicción tan pobre que resultó imposible seguir el hilo de su conferencia. Fue necesario esperar a la trascripción escrita de lo dicho, pare darle todo el valor a sus palabras, que superaban aún lo que esperábamos de él.
En la práctica muchos de nuestros alumnos tienen severos problemas en la articulación de las palabras. El defecto principal es que hablan con los labios casi cerrados. A esto si hay que inculcarles sin cansarse "articule". Solemos decirle: no se olvide que Ud. va a pronunciar una charla, un discurso, una conferencia. Pronuncie, abra la boca, proyecte la voz.
Para algunos, aprender a articular significa un esfuerzo y un entrenamiento. Uno de los ejercicios clásicos aconsejados consiste en hablar o leer un texto con un 1ápiz de través apretado entre los dientes. Sería la versión moderna de la conocida práctica de Demóstenes, cuando se entrenaba frente al mar con pequeñas piedras dentro de la boca. Es útil utilizar en estos casos un grabador que certifique después si ha sido clara y nítida nuestra exposición.

Abra la boca, proyecte la voz
La mayor parte de los que hablan con excesiva velocidad, fatigan a quienes quieren escucharlo y acaban por perder el interés del público. Otros, en cambio, hablan con desesperante lentitud. ¿A qué velocidad debe hablarse?
En su mayoría, las personas hablan a una velocidad de 120‑ 180 palabras por minuto, pero no es aconsejable hacerlo de manera uniforme. Lo correcto es ajustar la velocidad al tipo de pensamiento o sentimiento que el orador quiere transmitir. Las variaciones en el ritmo, al igual que los contrastes en la modulación de la voz y del acento, tienen gran importancia para dar expresividad y sentido a nuestra palabra y para retener la atención del que escucha.
La rapidez uniforme en el hablar es un obstáculo para mejorar la dicción y corregir sus defectos, pero la lentitud por sí sola no los resuelve.
La buena pronunciación argentina es la del argentino culto medio. La Real Academia Española considera que el seseo el equivalente de la s, c y z (casa, caza, corazón, son) y el yeísmo, pronunciación similar de la 11 y la y (llave = yave, lluvia = yuvia) son só1o modalidades de pronunciación, y no vicios.
Pero hay ciertos errores de dicción que perturban involuntariamente la atención del auditorio. Uno no puede dejar de pensar si escuchó mal, o es realmente cierto que algunos oradores dicen "ocserbar, "ginnasia", "esamen", o cualquier otro insólito exabrupto. Seguro que el que habla sabe como se dice, pero descuida su dicción, empobreciendo su conferencia.

Los errores groseros de dicción, perturban la atención
Y yo diría que eso es lo menos que le pasa a su conferencia.
Distinto es el enfoque pare referirse a los oradores con acento regional o extranjero.
Los acentos regionales nos recuerdan en forma placentera que cada uno de nosotros es un individuo, con un origen y una formación que se manifiesta, al menos parcialmente, en nuestra manera de hablar.
Muchas veces hemos escuchado conferencias de invitados extranjeros que en un esfuerzo encomiable, han tratado de traducir su pensamiento a nuestra lengua. También hay en nuestro medio excelentes profesionales de origen extranjero, que tendrían mucho que ofrecer de su propia experiencia, pero que se sienten limitados a manifestarse en público a causa de su acento y sus naturales errores de dicción y de pronunciación.
Nosotros insistimos en que el acento regional o extranjero es identificatorio, y que no hay motivos para negar nuestra propia identidad frente al público. Su acento puede resultar extraño, pero también agradable. Ayuda a comunicarse con el auditorio, pues le otorga otro medio para conocer al orador.

No disimule su acento extranjero
Finalmente están aquellos que ya tienen una falla fija y definitiva en su dicción los ceceosos, los que cambian la rr por la g, o fracasan al pronunciarlas. Estos oradores tienen sin duda un "handicap". Lo mejor será aceptarlo así, sin más, como un hecho irreversible que no pretende ocultarse. El auditorio acepta la falla y la olvida por respeto al orador, a los pocos minutos, siempre que sus palabras sean también dignas de respeto.

Acepte su "handicap" y adelante


E. MOVIMIENTO
1. Planeé con antelación cuál va a ser su movimiento
2. No se refugie en su ropa o en su cuerpo
3. No se escape del auditorio
4. Si se sienta, no se derrumbe
5. No juegue con sus manos
6. Con las manos, espontaneidad, apoyo o nada

E. MOVIMIENTO
No me canso de repetirlo en nuestros cursos, y seguro volveré sobre el tema: piense antes de actuar. Lo primero que debe hacer el orador al llegar al salón donde le toca intervenir, debe ser planear su movimiento. Aún en la participación aparentemente más simple de una mesa redonda, a quien le toca exponer debe haber previsto cada detalle. Observe dónde esta el pizarrón, si dispone de todos los elementos para su uso, Fíjese adonde se proyectarán sus diapositivas, y si hay puntero para apoyar sus palabras, ubique el micrófono móvil para hablar sentado, y el rígido por si es necesario pararse durante su disertación. verifique donde se encuentra la llave de luz, por si debe apagarla para iluminar una diapositiva. Tenga una idea muy clara de cual será el mejor lugar del estrado para dirigirse al público, y recorra con la vista sus posibilidades de desplazamiento. Pida con anticipación lo que pudiera ser necesario durante el curso de su exposición. No improvise situaciones que puedan resultar incómodas para el organizador. En unos instantes no se consigue un proyector, un pliego de papel blanco o un marcador de color. Ni siquiera es fácil conseguir un pizarrón si no ha sido previsto.
Para el orador con experiencia, bastan unos pocos minutos para organizar su movimiento en el estrado. Pero esos minutos no pueden faltarle. Sólo, a un costado del lugar que se ha asignado para hablar debe pensar: Me pararé ahí donde la luz le da a mi cuerpo, y desde donde todos puedan verme. Podré desplazarme hacia aquí y hacia allá. Para escribir en el pizarrón me bastará este simple movimiento. Para mostrar mis diapositivas sólo debo girar de esta forma. Hay tiza, borrador, puntero. Quizá corriendo la mesa y retirando la silla, dispongo de mayor comodidad de desplazamiento. Ya está. Unas pocas indicaciones al organizador, y no necesito más nada. Todo esta bajo control. Esperemos confiados que nos llamen al estrado.

Planee con antelación cuál va a ser su movimiento
El cuerpo, con sus movimientos, interviene de una manera decisiva en la comunicación oral, de tal manera que no es fácil concebir una conferencia en la que no pueda verse al orador y debamos limitarnos sólo a escuchar su palabra. Con rapidez decae nuestro interés en el tema, y con segundad buscaremos el momento oportuno pare huir del lugar adonde no podemos ver ni puedan vernos.
Pero normalmente los oyentes ven al orador a la vez que lo están escuchando, y el movimiento de éste en el estrado es de suma importancia en el mensaje. El auditorio aprecia e! significado de la expresión facial del orador, del modo que se sitúa y se desplaza, del gesto de la cabeza, los brazos y las manos.
Desde el natural y frecuente gesto de ajustarse la corbata y abrocharse el saco al acercarse al estrado, hay toda una gama de vicios, muy estudiados por los expertos en psicología oratoria, que no son más que gestos parásitos estereotipados que vuelven a repetirse a lo largo de una conferencia: mesarse la barba o el bigote, rascarse la cabeza, abrocharse y desabrocharse el saco, estirar el pulóver (sobre todo en las mujeres), etc.
Todo ello desluce y empobrece la conferencia mejor planeada.

No se refugie en su ropa o en su cuerpo
No hay regla universal que nos diga cómo se debe permanecer mientras se pronuncia un discurso, pero sí pueden señalarse algunas prácticas viciosas que deben desterrarse.
Conviene estar de pie, a la vista del público, de cuerpo entero. Personalmente me ocupo de que en mis conferencias no exista nada en la tribuna que pueda ocultarme: mesa, atril, sillas. Si la mesa no puede ser retirada, es conveniente desplazarla hacia el costado del estrado, para no tentarse de utilizarla como apoyo, y mucho menos como escondite frente al público.
Cuando hable, apóyese simultáneamente en ambos pies, sin balancearse de derecha a izquierda, y sin subir y bajar la estatura poniéndose rítmicamente en puntas de pie.
Permanezca quieto en la tribuna, lo que no quiere decir estático o inmóvil. Ud. solo puede desplazarse cuando su exposición así lo requiera, para llegar al pizarrón, para tomar el puntero o simplemente para cambiar el momento por el que atraviesa su charla: Introducción, cuerpo o conclusiones.
Los psicólogos especialistas en el tema, aseveran que pasear frente al auditorio continuamente mostrando el perfil, y no el frente de nuestro rostro, no es más que una forma de evasión abortada. Más fácil aún de comprender es el afán de evadirse de quien habla a espaldas del auditorio, ya sea con el pretexto de escribir en el pizarrón, o de mirar sus propias diapositivas que debería ya conocer de memoria.

No se escape del auditorio
El acto oratorio ideal se realiza de pie y sin guías escritas. Siempre que pueda, hágalo así. Solo si el protocolo lo exige se usará un texto escrito, y si la circunstancia lo impone (por ejemplo en una mesa redonda), diríjase al público sentado.
En este último caso es necesario hacerlo con naturalidad, pero con cuidado. No se derrumbe escondiéndose tras la mesa y e! micrófono ni permanezca rígido en posición forzada. Cuando le toque hablar deje un espacio de unos veinte centímetros entre el abdomen y la mesa, e igual espacio entre la espalda y el respaldo de su asiento. Podrá de este modo avanzar y retroceder, dándole relativa movilidad a su cuerpo. Recuerde por último que sus pies están en exposición, evitando el cruce y descruce continuado de las piernas, y cuantos tics puedan provocar la distracción del público.

Si se sienta, no se derrumbe
Nosotros hemos reunido una nutrida biblioteca con libros de oratoria de todas las épocas. De todos ellos hemos consignado premisas de valor, que de un modo u otro filtramos con la experiencia y volcamos en nuestros cursos y escritos.
Pero invariablemente desechamos de los textos, sobre todo de los más antiguos, e! capítulo correspondiente a los gestos y los ademanes del orador.
Consideramos que si nuestra palabra debe brotar con naturalidad con nuestro estilo personal, mal haríamos en someter a nuestros gestos a norrmas aprendidas en manuales al efecto. Esto quizá pueda ser útil en una escuela de actores, nunca en un curso de elocuencia cualquiera sea la especialización buscada.
El gesto está animado por el mundo afectivo de quien habla. E! ademán debe nacer de un impulso interior, no aprendido, sino espontáneo y natural de un estado de ánimo.
Por otra parte los gestos, además de su utilidad para reforzar y clarificar ideas, son muy valiosos también en cuanto ayudan a mantener el diálogo con los oyentes. Más que a ejecutar un movimiento con nuestro cuerpo, con nuestros miembros, con nuestras cejas, lo que hay que aprender es a descifrar lo que quieren decirnos, tanto desde la tribuna al público, como desde el salón al orador. En este libro se dedicará un capítulo a introducimos en el estudio de la cinesis. Esta nueva ciencia se ocupa de descifrar el lenguaje del cuerpo, haciéndonos más concientes de nuestras propias señales no verbales.
A veces inconscientemente pretendemos esconder nuestras emociones, tan expuestas a la observación no verbal, ocupando nuestras manos en actos que nada tiene que ver con lo que estamos hablando. Algunos oradores se frotan continuamente las manos como si se lavaran, otros se entregan a una actividad automática: jugar con la tiza, destornillar la lapicera, hacer girar el cenicero. No puedo dejar de recordar que una vez invitamos a dos psiquiatras a hablarnos de un tema realmente emotivo: e! niño gravemente enfermo. Quizá fuera éste el motivo por el que el primer orador, con el afán de ocultar sus sentimientos, disertó con los ojos clavados en un clip que enderezó y curvó repetidas veces a lo largo de su charla. Pero lo mas curioso fue que al ceder la palabra aún compañero en la tribuna, le pasó también el ganchito. El segundo orador jugueteó con el clip, sin levantar la vista durante toda la hora de su conferencia...

No juegue con sus manos
¿Que hacer con nuestras manos?
La respuesta es simple, olvidarnos de ellas. Déjelas que cuelguen con naturalidad al costado de nuestro cuerpo, crúcelas por detrás, y hasta en algunos casos no estaría mal ponerlas en los bolsillos.
A medida que avanzamos en el tema, si sentimos en realidad lo que decimos, ya necesitaremos nuestras manos y nuestros brazos para apoyar y acompañar a la palabra.
El mejor maestro es el corazón, la mente, el interés que pongamos en el tema. E1 deseo de hacer comprender lo que nosotros ya comprendimos.
Los ademanes son algo tan personal como la risa. Sea usted mismo y usará los gestos correctos, sin temor a equivocarse.
Sólo debemos recordar que no hay movimientos neutrales, y que todo ademán que no enriquezca nuestra presentación, la empobrece.

Con las manos espontaneidad, apoyo, o nada


F. MANEJO DE SITUACIONES
1. Serenidad, comprensión, replanteo
2. Nunca compita con ruidos o interrupciones
3. Use - Sí, pero...
- Estoy de acuerdo parcialmente...

F. MANEJO DE SITUACIONES
Todo orador ha tenido que enfrentarse con situaciones inesperadas y anormales en algunas oportunidades.
Es necesario saber afrontarlas con altura y estar preparado para que cuando ocurran no desluzcan o destruyan el esfuerzo que representó la preparación de una conferencia.
Personalmente, como organizador de numerosos cursos de post grado en mi especialidad, recuerdo muchas de esas ingratas circunstancias. Pero especialmente tengo grabadas las reacciones que el inesperado inconveniente provocó en el invitado de tumo. Quisiera rescatar de mis recuerdos la actitud de mi amigo el Dr. Eduardo de la Riega, invitado a hablarnos de cardiopatías congénitas, en un momento de su disertación se cayó el pizarrón sobre su pie mientras escribía. La charla continuó, sin manifestar el orador el malestar que sin duda lo acompañó, hasta que más tarde pudimos aliviarlo al inmovilizar el pie por una fractura de un hueso del metatarso.
En otra oportunidad recuerdo que invitamos al Dr. Marcelo Arias, de Córdoba, a participar en nuestros cursos con un tema en el que se le reconocía la máxima experiencia. E! orador llegó a las 10,30 en avión para hablarnos a las 11 hs. y regresar a las 13 hs. Su clase estaba perfectamente armada sobre la base de diapositivas aclaratorias. Falló mi proyector. Serenamente el Dr. Arias comprendió la situación inesperada y replanteó su clase que fue de todos modos brillante. Pero más brillante aún fue su actitud frente al imprevisto.
Por supuesto, también recuerdo todo lo malo que a veces he visto en las airadas reacciones del orador de turno, frente a circunstancias imprevisibles. Pero, ¿para qué traerlas si es mejor olvidarlas?
El consejo que vale, y debe quedar impreso en nuestro espíritu es: frente al imprevisto:

Serenidad, comprensión, replanteo
Seguro así nadie va a desesperar y todos agradecerán su paciencia. Sobre todo cuando, como en estos casos, nadie tiene la culpa. Reorganicemos la charla, y puede llegar a sorprendemos la aprobación con que el público agradece nuestro esfuerzo.
Otras veces es alguien del público, inocente responsable de una inoportuna interrupción: un radiomensaje que suena con fuerza, una persona que busca a alguno de los presentes en el auditorio, una crisis de estornudos o de tos, un niño que llora o corre por el pasillo, un fotógrafo imprudente, etc.
En estos casos la premisa es:

Nunca compita con ruidos ni interrupciones
Es natural que si sus nervios lo traicionan y muestra su impaciencia, el público vuelque su simpatía hacia aquel que involuntariamente lo interrumpió. No haber sabido manejar la situación, puede llevar al fracaso su conferencia. En la mayoría de los casos un orador experimentado simplemente hará una pausa hasta que termine la interrupción. Nunca continuará su charla cuando haya perdido la atención del público.
En otras circunstancias, muy frecuentes en la actividad pública y aún en la docente, uno debe encontrarse con individuos que piensan distinto o enfocan de otra manera el problema que el orador plantea. Hemos vivido o presenciado muchas veces esta situación. Y hemos visto también distintas formas de reaccionar. Todos sabemos que la discusión violenta no conduce a nada y só1o crea resentimientos. También genera violencia la aplastante superioridad de uno de los que se enfrentan en sus opiniones sobre e! otro. En general, por un fenómeno típico de la conducta humana, el auditorio se sitúa de parte del que pertenece a su grupo. Este último se transforma en una suerte de "delegado" que por tal carácter debe ser atendido. Según sea el comportamiento del orador, así será la reacción del público. Se pondrá de su parte o quedará predispuesto para la controversia. En este caso cada nueva interrupción resultará mas agresiva, y hará más difícil al desarrollo de la reunión.
Cuando la interrupción se produce, debe ser atendida con aplomo, con expresión atenta. La respuesta debe ser franca, pero considerada con el interlocutor. Cabe analizar con cuidado la postura de quien disiente, buscando algo positivo en su aporte o comentario. Y después expresarse con sinceridad, manifestando los puntos de acuerdo y desacuerdo, pero siempre con respeto y consideración por el pensamiento ajeno.
Quizá ayude a manejar la situación una frase tan simple como:

Use: - Sí, pero...
- Estoy de acuerdo parcialmente...

Invariablemente el público sabe leer esta actitud, y responde sin preconceptos apoyando a uno o a otro de acuerdo a sus conocimientos o sentimientos.
Y todos, usted, su interlocutor ocasional y el público, podrán capitalizar una situación potencialmente comprometida.

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